Terremoto en México: correr para salvar la vida.

Crónica de la noche más larga del viaje.

El 23 de junio de 2020 un temblor de 7.5 grados en la escala abierta de Richter sacudió el suelo mexicano haciendo sentir la poderosa fuerza de la naturaleza en el estado de Oaxaca al sur del país. Carreteras, edificios, puentes y casas de todos los tamaños se movieron de un lado a otro con violencia, mientras sus asustados habitantes corrían para salvar la vida. Este fenómeno natural se presenta en Oaxaca con sorprendente regularidad.

El 7 de septiembre de 2017 estaba intentando sacar adelante una sencilla receta colombiana de arepitas de maíz con queso para las generosas anfitrionas mexicanas que por esos días me hospedaban en su apartamento en la bahía de Huatulco, un hermoso pueblo a orillas del océano Pacífico en el estado de Oaxaca al sur de México, cuando la tierra comenzó a rugir con violencia.

El piso se movía de lado a lado y los amplios ventanales de la casa, parecían cobrar vida y querer salirse a la fuerza de sus marcos. El sonido era pavoroso, como si una bestia gigante de lava viniera desde el centro de la tierra bramando con furia mientras se abría paso entre las sólidas rocas hacia la superficie del planeta sin que nada se lo impidiera.

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Todo era calma unas horas antes del terremoto. Bahía de Santa Cruz, una de las nueve que tiene Huatulco.

Durante los primeros 10 segundos mis dos amigas y yo guardamos la calma pensando que el temblor pasaría pronto. En Huatulco la gente está acostumbrada a que, por lo menos una vez al mes, la tierra tiemble por unos segundos.

Pero esta vez era diferente. El movimiento telúrico no solo no paró pronto, sino que se intensificó azotando con fuerza la estructura de la casa, el barrio, el pueblo y el país entero.

Faltaba poco para la media noche y mientras corríamos escalera abajo para buscar un lugar seguro en la calle o a campo abierto, el fenómeno natural no hacía más que aumentar su fuerza.

La energía se cortó y en medio de la oscuridad a duras penas logramos abrir la puerta hacia la calle y ponernos a salvo. El terremoto aún duró otros 35 interminables segundos. Según el reporte oficial duró casi un minuto y su intensidad alcanzo 8.2 grados en la escala abierta de Richter.

Las arepas casi se queman pero logré rescatarlas para compartirlas en la calle con los asustados vecinos del barrio La Crucesita antes de que las autoridades dieran una nueva y tenebrosa alerta: venía un Tsunami que castigaría las costas de Chiapas y Oaxaca, justo dónde yo estaba. No se nadar y, aunque supiera, no hay nada qué hacer ante un tsunami más que correr a buscar refugio.

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Armé como un rayo una maleta pequeña con lo básico, la cargué al hombro y salí huyendo rumbo a tierras altas, que por esos rumbos no son muchas. Allí permanecí junto a los otros 38.000 habitantes del pueblo un par de horas hasta que pasó el peligro.

El tsunami llegó con poca fuerza y olas de apenas un metro de altura gracias a que Huatulco está protegido por nueve bahías en forma de herradura que aplacaron la fuerza del agua.

Nunca antes en mi vida había sentido tanto miedo, nunca antes en mi vida había estado tan expuesto al poder de la naturaleza.

Los días siguientes los pasé en el pueblo viendo los desastres causados por el terremoto,  tratando de ayudar a los afectados y pensando en qué hacer mientras las réplicas se hacían sentir cada dos o tres horas todos los días.

No quería irme de ese paraíso mágico lleno de gente buena y playas perfectas. Además no era seguro rodar en la moto. La carretera que me sacaba de la zona por Chiapas presentaba derrumbes, puentes caídos y numerosas y amplias grietas sobre la ruta que corre al sur paralela al océano Pacífico.

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Las réplicas se seguían sintiendo con variada intensidad por lo que tenía a la mano la maletica con los papeles de la moto, el pasaporte, algo de ropa interior limpia, bloqueador solar, agua y linterna por si me tocaba salir corriendo otra vez. La moto soportó sin daños el movimiento telúrico bien resguardada bajo un sólido techo sismo-resistente.

Con tristeza pude salir de Huatulco, rumbo a Tuxtla en Chiapas, una semana después para seguir mi camino hacía Centroamérica, y finalmente a Colombia. En los meses de agosto y  septiembre de 2017 atravesé en mi moto climas extremos y fenómenos naturales en Canadá, Estados Unidos y México que en la mayoría de los casos condujeron a desastres en los que muchas personas perdieron la vida.

Vi desde mi moto voraces incendios forestales en British Columbia (Canadá) y California (USA), huracanes e inundaciones devastadores en Estados Unidos, un ciclón tropical en la Baja California mexicana y temperaturas extremas en el desierto de Sonora (52 grados celsius a la sombra).

A pesar de eso nada me había preparado para lo que pasó el jueves 7 de septiembre de ese año cuando el temblor más fuerte que haya sacudido a México me sorprendiera de tan buen humor en la cocina.

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